martes, 31 de marzo de 2020


NI UN RESTO PARA EL PERRO

El niño comía sin pausa y su hermana también. Se atracaban con el turrón alemán, el merengue y el caramelo transparente. Comían como si hiciera milenios que no probaran bocado. Se apuraban a ganarse uno al otro cada pedazo de chocolate, cada porción de mazapán. Parecía una carrera: ¿cuál de los dos se llenaría el estómago más rápido?
            A pesar de que me habían arruinado bastante el frente del local, los invité a pasar. Ahí fue cuando todo se descontroló. Jamás debería haber caído en la tentación de hacerlos entrar cuando no había clientes que pudieran servirme de testigos. Ahora resulta que tengo que enfrentar una demanda del padre y la madrastra, que fueron quienes los dejaron en el Bosque sin vigilancia, por empezar. Una denuncia por maltrato infantil. Y tuve suerte de que no se les ocurriera acusarme de abuso sexual. O al menos eso dice mi abogado.
            El asunto es que entraron un rato antes del horario de apertura del restaurante y les serví a cada uno el menú del día, completo. No dejaron ni un resto para el perro. El chico hasta le pasó la lengua al plato de carne con salsa. Y eso que las porciones son grandes, porque mis clientes habituales son leñadores, guardabosques, ogros y hombres lobo. Gente que no se conforma con un plato de consomé de pollo, digamos. Pero los dos hermanos se comieron todo: entrada, plato principal y postre, sin quejarse. Se veían felices, y todo iba bien hasta que la niñita se descompuso (claro, con todo el chocolate que había comido) y vomitó. Enchastró todo el piso que yo acababa de encerar. Levantó la cabeza con el pelo pegoteado alrededor de la boca y miró a su hermano con ojos desorbitados:
            — ¡Hansel!— gritó—. ¡Esta bruja le puso algo a la comida! ¡Quiere que vomitemos hasta desmayarnos, así nos encierra para poder comernos más tarde!
            La imaginación infantil es de verdad algo muy potente. Yo no podía cerrar la boca del asombro ante tanta incoherencia junta, expresada casi sin respirar. Entonces la chica volvió a vomitar y mis esperanzas de limpiar antes de abrir el restaurante se desvanecieron. No había forma de fregar toda la porquería verde, marrón y naranja en veinte minutos.
La niña se limpió la boca con el dorso de la mano y, con esa misma mano, le quitó a su hermano el pedazo de torta de chocolate que todavía sostenía y lo tiró al piso (sí, cayó encima del vómito).
            —Pero Gretel…—intentó protestar el niño.
            — ¡Nada Hansel! ¡Nos vamos! —y diciendo esto, la criatura loca me empujó contra el horno empotrado en la pared. Los dos salieron corriendo del local, mientras me gritaban: «¡Bruja! ¡Bruja!», dejando un reguero de migas de torta de chocolate por el camino.
            Ahora yo tengo que enfrentar la demanda, el juicio y lo demás. Pero cuento con el mejor abogado del mundo: el conde Drácula, que es muy amigo mío. Viene todos los viernes a la noche, a disfrutar el Bloody Mary que preparo especialmente para él. 
***
Escritora: Gisela Lupiañez
Instagram @giselalupianez
Wattpad @CruzToledano
Correo: gisela.lupianez@gmail.com

Gisela nace en Mendoza, Argentina, durante algún invierno de finales de los años ´70. Escribe porque cree en la magia que desorienta al Tiempo y a la Oscuridad. Coordina el Taller Literario Juvenil “Rompecuentos” y el Taller Literario “Escribir Fantasía y Ciencia Ficción” de la Biblioteca Chacras de Coria. También dicta el Taller Literario on line “Empezar a narrar”. Sus relatos han sido publicados en las revistas digitales de fantasía y ciencia ficción La sirena varada, Teoría Omicrón, Tártarus y Rigor Mortis. Ha participado de varias antologías en papel de la Editorial Equinoxio, y en diversas convocatorias literarias de su provincia, Mendoza.
En 2019 autopublicó el libro de relatos En esta misma Tierra, en el que explora la dualidad fantasía–realidad en la que vivimos los habitantes del planeta azul.

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