sábado, 28 de marzo de 2020


MADRE TIERRA

Mientras escribo estas líneas, no ha parado de llover. En realidad, llueve desde las tres de la madrugada con tanta intensidad que al final supongo que anuncia buenos augurios. Y lo creo, creo en eso de que el agua purifica, bendice; que renueva y que trae otros vientos.
            Y entonces, me incita a pensar que, a lo mejor, esta lluvia intermitente es otra señal. Aquella que insiste en que debemos quedarnos adentro, y no me refiero a suspender encuentros o actividades planeadas al aire libre por si acaso cae alguna que otra gota. Va más allá, es mucho más grande, y todavía mucho más comprometedor que no salir porque hay tormenta.
            Y el agua que corre me transmite esperanza para quienes aún se resisten a que el mundo está por cambiar o, que ya cambió. O que lo que está por venir será el comienzo de una nueva era. Quedarse en casa es una responsabilidad individual y una acción colectiva -pese a que a lo largo de la historia todas las luchas, se batallaron y se hicieron eco en las calles- y aislarse mutó a ser el mayor acto de empatía que nos obligó a refugiarnos entre cuatro paredes para pensar en el otro, para cuidar al otro.
            Para muchos, me incluyo, empatizar -es decir, ponerse en lugar del otro- resulta bastante familiar. Nada por lo que no hayamos peleado antes. Para algunos pocos, la empatía no significaba un lenguaje en absoluto y ahora se coló casi como una nueva práctica frecuente en nuestra vida cotidiana. Por suerte, es una minoría la que se debe acostumbrar; aunque me desvela que la individualidad continúe siendo la madre de todas las perdiciones, sencillamente porque en estos nuevos tiempos nos hundimos o nos salvamos todos.
Ahora bien, como dice el dicho, “no hay mal que por bien no venga”. En Argentina entramos en el sexto día de cuarentena obligatoria, restan unos seis días más, y casi ya es una probabilidad que se extienda la medida para no permitirle el paso a un virus que vino a desarmarnos por completo.
Para una persona que por muchos años convivió entre el ahogo y la ansiedad, estar en casa, cobró otro sentido. Primero encontrarme conmigo misma, segundo enfrentar el temor de poder estar conmigo misma. Tercero, atravesar el proceso y cuarto, comprender que al miedo se le pone el pecho y, también, se lo escucha, se lo abraza. Se lo pone en palabras y en voz alta.
Y cuando se pone en voz alta, se despierta de otra manera, porque ya no se te iluminan los mismos ojos, porque la historia ya es otra, porque lograste ver lo que hace tiempo no veías, aunque se manifestara casi siempre en tus narices.
            Observo, y me acerco, porque veo tantas mariposas volando que invaden mi jardín, como pájaros que trinan una melodía que jamás habían detenido las manecillas de mi reloj. Y veo cómo florecen las flores y brotan con tanta fuerza, a pesar de estar entrando en la estación donde las hojas caen. Y me gusta que por las rendijas de las ventanas caminen las chinches, con sus tonos verdes, anaranjados y marrones; y me encanta que Néstor, mi amigo canino, juegue con las langostas mientras saltan por los rincones de la casa.
            Pregúntense: ¿cuánto hace que no ven a las mariposas ser tan libres? ¿A los insectos paseándose plácidamente? ¿A los pájaros con sus pichones cantar? ¿A las mascotas tan tranquilas? ¿Cuánto hace que no respiran el aire más puro y que el silencio de las calles se llevó todo el ruido?
Pareciera ser que nuestra Tierra, hogar de todos los hogares, demostró su último grito de dolor. Una última advertencia, pero no se confundan, el mundo no nos enjauló, solo nos puso un candado para resolver, de una vez por todas, cuál es nuestro rol como humanidad.
           


Biografía: Karen M. Zárate nació el 12 de diciembre de 1990, en Chacabuco, provincia de Buenos Aires, Argentina. Es licenciada en Comunicación Social, graduada de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la Universidad Nacional de La Plata. Desde los dieciocho años hasta la fecha se desempeña en redacción, producción y labor periodística. Autora de la trilogía Eterna Clara (2018; 2019) y del poemario ilustrado La complicidad de los cuerpos (2019). Comparte sus escritos y recitados en Instagram: @karenm.zarate
También pueden encontrarla en @quenosjuntelapoesia y @suplementof9

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