viernes, 3 de abril de 2020


Vida y Muerte.

Mejor puto invento, el vino -pensó aquella mujer, maravillada, no por primera vez, del ingenio que podían llegar a mostrar aquellos seres, mientras se llevaba la séptima u octava copa del delicioso líquido a la boca.
¿Quién llevaba la cuenta de todas maneras? Además, ella no se emborrachaba cómo los demás. Necesitaría más de dos botellas para sentirse ebria, aquello estaba claro. Y quería emborracharse, claro que sí.
Había sido derrotada, como siempre, y las derrotas se celebran, tanto o más que las victorias.
Era una sensación agradable, y además le evitaba tener que pensar demasiado ¿Qué había dicho una vez aquel filosofo? Ah sí, “La infelicidad del hombre viene de su incapacidad de quedarse en un rincón sin hacer nada”. Qué pena, que ella no fuese capaz de no hacer algo. Qué pena, que no supiese, nunca hubiese sabido contentarse con lo que tenía, aunque no fuese humana.
Su agarre alrededor de la botella se intensificó, y cogió una bocanada de aire para intentar calmar sus nervios y evitar romper la botella.
Era fácil olvidarse de la fuerza que tenía. De que ella no era una simple humana más. Era tan fácil, que le ocurría a menudo. El cuerpo que habitaba desde hacía milenios era una segunda piel. Le gustaba.
A veces, se aburría, y lo cambiaba por otro. Un vikingo pelirrojo y musculoso en la Suecia del siglo IX, una niña azteca en justo antes de la llegada de los europeos, un delicado bailarín ruso en la corte los zares en aquel diciembre de 1916.
A veces probaba también con otras formas. Apreciaba particularmente ser un gato. Probablemente la mejor de las especies, por eso la había recompensado. A su “madre” no le había hecho gracia, pero ya estaba hecho.
Ser un pájaro también estaba bien, poder sentir el viento en sus alas. Aunque no es cómo si nunca hubiese necesitado alas para volar. Ah, y de vez en cuando cogía le gustaba zambullirse en el agua bajo la forma de un pez. El agua le acercaba a lo que más le gustaba. Una pena que le recordase que no podía llegar a tenerlo.
Al final, jugar a ser humano era lo más divertido. La distraía. Sin embargo, nunca era suficiente. Su piel se resquebrajaba, su poder infinito intentando escapar por sus poros.
Y siempre volvía a aquella encarnación, y volvía allí. Donde todo había comenzado.
Saboreó una vez más el exquisito aroma afrutado, ligeramente amaderado de aquella gran reserva, mientras sus ojos oscuros se clavaban en un punto indefinido fuera de aquel apartamento.
Llovía. Era algo poco habitual en aquella región de Bagdad.
Suspiró y se levantó para llevar el vaso ya vacío a la pequeña mesilla que tenía cerca del sofá. Se paró delante del espejo que había de camino a la cocina, decidida a coger otra botella de vino, y observó cuidadosamente su reflejo. Una sonrisa de medio lado cruzó su rostro. Vanidad. Otro rasgo tan humano.
Se recogió un mechón de pelo rebelde que le bailaba sobre la frente. Sus ojos negros le devolvieron la mirada. Si uno observaba muy muy de cerca, podía ver el infinito en ellos, incluso las galaxias. Podía perderse en la atemporalidad de aquellos orbes negros que decididamente no eran naturales. Por eso mirar no era una buena idea. Aquellos que lo habían intentado habían perdido la cabeza.
Observó su piel bronceada, su largo pelo oscuro, espeso y áspero, tan propio de las personas originarias de aquella región.
Le gustaba ese aspecto. No solo porque era bello, desde un punto de vista humano, sino que la hacía sentirse cómoda.
Se había acostumbrado tanto a mezclarse en el mundo humano, que hasta ella necesitaba sentirse en casa. En realidad, no había empezado ahí su relación complicada, pero ahí las habían venerado por primera vez. La habían venerado a ella. Y eso colmaba ligeramente su sensación de vacío.
Mesopotamia…
Un ruido sonó cerca de ahí, y se movió hasta su móvil.
Un mensaje, de ella. El corazón de su cuerpo prestado dio un brinco y, por su madre, por el Universo, dolía.
“Nos vemos en una hora en mi piso.”
Era escueto. Frío. Altanero.
-Seré idiota -pensó mientras abría otra botella, esta vez de whisky. Necesitaba algo fuerte. El líquido dorado le quemó la garganta; no era suficiente. Quizá, si destrozaba aquel cuerpo, aquel avatar (ya lo reconstruiría más tarde) quizá dejaría de doler, aunque fuese durante un momento infinitesimal. ¿De todas maneras, que era para ella un segundo, un siglo, una eternidad?
Sí… cuando acabase la botella.
¿De todas maneras, que podía esperarse de ella?
Pensó en su rival. En su insoportable sonrisa y su energía vibrante emanando de ella, su sonrisa cristalina y su egoísmo constante en todo lo que hacía.
En el cuerpo que solía utilizar, aquella mujer alta de curvas exuberantes y cabello dorado, en los ojos cálidos chocolate.
Reprimió un gemido.
Por el Universo que hasta ella era sensible, tan humanizada como estaba, a aquella imagen ¿No podía haber usado algo más discreto?
Se llevó el whisky a la boca; no, claro que no.
Ella era de todo menos discreta.
Y pensó en, la muy maldita, cómo brillaba. Cómo las partículas vibraban a su alrededor, cómo ardía. Cómo una estrella.
Un recordatorio constante de que no eran compatibles.
El universo las había hecho complementarias pero opuestas. Dos caras de una moneda.
No te diste cuenta -pensó la mujer con rabia- o te da igual, de que la aventajaste.
¿Porque me creaste si no me puedes dar lo que quiero?
Esta vez el vaso se rompió y su mano empezó a sangrar, pero no le hizo caso. Tenía que recomponerse para su cita. No terminaría bien, nunca lo hacía.
Mientras las lágrimas caían, mientras la sangre manchaba la alfombra de aquel piso de Bagdad, la Muerte se preguntó porque tenía que haberse enamorado de la Vida.
Y cómo era desde el principio de los tiempos, no encontró respuesta.
***

Escritora: Patricia Cantón.
Instagram: @passepartout_reviews
Patricia nace en Madrid, Madrid, España el 02 de febrero de 1994.
Soy una persona dinámica, curiosa y con mucha imaginación. Me ha gustado leer desde que tengo uso de memoria, y dado que una parte de mi familia es francesa, he tenido acceso a la literatura de ambos países desde siempre. Soy Ingeniero Biomédico, me apasiona la ciencia y me gustaría ayudar a los demás. Estoy haciendo inteligencia artificial aplicada a todo tipo de enfermedades psiquiátricas y raras. Hablo varios idiomas. Me interesa mucho la literatura y la historia. Estuve mucho tiempo en una orquesta y un grupo de teatro. En la actualidad estoy trabajando en mis dos primeras novelas (una en edición y la otra en proceso de escritura) así como en un par de blogs, uno de ellos sobre literatura y cine (se lanzará a mediados de abril). Aparte de eso mis otras pasiones son el baile, dibujar, salir con mis amigos y viajar.
Lo que más me apasiona de escribir es poder crear experiencias nuevas o compartir las vividas, transmitir la maravillosa complejidad y riqueza del mundo que nos rodea y emocionar a las personas. Además de que es una forma de relajarme. 

jueves, 2 de abril de 2020



PRECISO UN INSTANTE

Miro hacia atrás, siempre le temí al pasado. No quiero hacerme cargo de mis errores
¿Acaso nos vieron entre las sombras?
¿Pero esto fue un error? ¿Lo es lo nuestro?
Por la madrugada es lo único que me queda, cuando el insomnio ya parece cortarme el aire
Miro hacia atrás, ¿Cuánto ha pasado? Solo viví el momento en que me rodeaban tus brazos, me endulzaba tu perfume y me perdía en tu sonrisa, en tus besos.
Y ahora estoy a miles de kilómetros lejos de ti, obligado, expuesto y rechazado.
“Guardemos el secreto, pero dime que estarás bien, promételo”
Un desliz Sophia, sé que fue una mala pisada
Pero ya han pasado meses en que llamo todos los días sin recibir respuesta
En que te escribo y quiero encontrarte. 
Por más que los de afuera digan que “Todo está en orden” siento que mienten
¿Dónde estás?
Miro hacia otras y me pregunto si habría actuado diferente, y ¿En qué?
¿Acaso vieron nuestros mensajes?
El “nosotros” ya era algo incorrecto Sophia, y lo sabíamos desde el primer momento, pero corrimos el riesgo.
¿Acaso era una carrera de escape? Una carrera, donde la meta era nuestra libertad.
La aceptación nunca estaría en las posibilidades
Pero si un sin fin de acusaciones, castigos, rechazos, y esto…
Mi seguridad. mis sueños y esperanzas que anhelaba para ambos parecen quemarse entre el tono del teléfono y tu silencio prolongado.
Dios mío, si me escuchas no tengo vergüenza alguna, no siento ningún pesar en mi mente o mi alma que me haga arrepentirme de todos mis pecados, no hay nada que pueda hacer que me arrepienta el hecho que ame a mi hermana, que nos amemos y hayamos tenido una historia. 
En pasado, porque sé que ahora todo termino. Con su ausencia y mi rendición.
El mundo nunca estará preparado para nosotros. Nunca seremos bienvenidos

***
Lourdes V. Moya
Instagram: @Lourdes.Moya
Wattpad: @Angeldelillith
Booknet: Angeldelillith
Blog: Angeldelillith.blogspot,com

Nacida en Salta Capital en el año 1993. Empezó a leer desde los 5 años y desde ahí surgió su amor hacia la lectura, pero no fue hasta siete años después que inicia en la escritura. Con cuentos pequeños o libros de niños hechos con hojas recicladas y lápices de colores. Poetisa desde el inicio con el impulso de Borges, pronto escribiría su primera novela “Diario de un suicidio” que queda publicada en Blogspot en el 2012. Fue parte de “Letras vivas” Una comunidad en Taringa corrigiendo, aportando e impulsando a gente con el mismo amor a las letras. En el 2015 Se recibe de Cocinera y Pastelera profesional. Sus estilos son el drama y suspenso, con Wattpad incursiona por los fanfics publicando dos historias con los hermanos Pines. (Gravity Falls) 
Se cree que para todo hay ciclos, por eso se aleja temporalmente de la plataforma probando en Booknet con su nueva novela “Entre Sangre” a la que hace referencia este relato.
Si hay una frase que la identifica es “Escribir es una maldición que me salva”
Prefiere conservar su seudónimo “Angeldelillith”

miércoles, 1 de abril de 2020


PROYECTO MANDINGA

-Siempre sonreía. Así era mi abuelo, de los que definitivamente uno puede llamar loco. Y podemos llegar a esa conclusión: todos los escritores están locos. Y, de mi abuelo, tengo casi certeza. Sus borradores, kilos y kilos de papeles escritos a birome, demuestran que tenía ideas delirantes; otras, en menor medida, con raros chispazos de genio. Por ahí te salía con cosas como: “El arte en el pasado tenía como fin el entretenimiento de la clase pudiente. Hoy, el arte tiene el poder cambiar al humano, le da herramientas para expresarse. Así nacen las revoluciones”. Entonces, me puse a leer los cuadernos, en busca de algún texto que no se haya publicado y fue que encontré una anécdota:
“Estaba trabajando en la segunda noche de la 32 edición de la Calle Angosta, un 25 de enero de 2020, y cuando faltaba unos minutos para que terminara mi turno pasó algo inesperado: Noralí y Enzo pasaron a saludarme, charlaban con otra persona. Por sorpresa, escucho desde mi oído derecho Soquete, al instante miré a un hombre de unos 50 años que me cruzó la mirada. Camino unos metros y volvió a decirme Soquete, totalmente descolocado, no lograba reconocer su cara. A los minutos, regresó. Sorete, ahora pude entenderlo. Lo seguí. ¿Quién es usted, señor?, pregunté. A no te acordás de las cosas que hacías en cultura, dice. Y entonces lo recordé: el Mandinga, un gran pedazo de bosta, “trabajaba” hace 50 mil años y cuando me tocó ser jefe, volvió de la “licencia”. Su calentura era porque el año anterior le rompíamos las pelotas para que fuera a laburar, y él se escudaba que trabajaba para el radical Chonino. Un golpe del bastón que traía me interrumpió del flashback. Luego otro. Golpes bajos, en la zona de los genitales, pero mal acertados. Enzo y otra persona se le venían encima, pero los frené. Yo estaba laburando y no iba a perderlo por culpa de un pelotudo. El Mandinga tiene el gen del mal.”
Ese escrito fue el que me dio la idea. ¿Y si era posible concentrar el mal, no en un gen, si no en partículas que pudieran ser extraídas? Así fue que desarrollé el proyecto Mandinga y que se extirpó por completo el mal de la humanidad. Reconozco que fue un error. Ahora, en nuestra última hora, pido perdón. Nos concentramos tantos entre nosotros que nos olvidamos de los invasores interdimensionales. Hoy volvemos a usar el término Ciao como fue desde el principio. Your slave, tu esclavo.
Perdonen.
***
Escritor: Gerardo Van Junker.
Instagram: @gervanjunker

Gerardo Van Junker nace el 25 de noviembre de 1991 en Villa Mercedes, San Luis.
“Empecé a escribir a los 14 años, hacía canciones punks y tenía delirios de una banda. Esos delirios se convirtieron en una novela inédita que se llama “Suicidio al fin de la noche”. Fui creciendo, participando en concursos, en talleres, en lecturas en vivo, y en 2013 fundé una Editorial Rorschach, artesanal y autogestiva, con la que publiqué mi primer libro “Feria de Sensaciones”.  Durante 5 ediciones, organizamos la Feria del Libro de Villa Mercedes y en la última asistieron… ¡60 mil personas!
Hoy, 2020, llevo una decena de libros publicados y me encuentro en proceso de armar mi primer fanzine de historietas.
Le debo mucho a los libros, me ayudaron en épocas difíciles, pero principalmente a Alberto Laiseca, el escritor de bigotes que contaba cuentos de terror en iSat y está viralizado por Youtube; él inventó un género literario llamado “Realismo delirante” y es, en verdad, muy divertido porque nunca sabés con que vuelta de tuerca se puede dar”.

martes, 31 de marzo de 2020


NI UN RESTO PARA EL PERRO

El niño comía sin pausa y su hermana también. Se atracaban con el turrón alemán, el merengue y el caramelo transparente. Comían como si hiciera milenios que no probaran bocado. Se apuraban a ganarse uno al otro cada pedazo de chocolate, cada porción de mazapán. Parecía una carrera: ¿cuál de los dos se llenaría el estómago más rápido?
            A pesar de que me habían arruinado bastante el frente del local, los invité a pasar. Ahí fue cuando todo se descontroló. Jamás debería haber caído en la tentación de hacerlos entrar cuando no había clientes que pudieran servirme de testigos. Ahora resulta que tengo que enfrentar una demanda del padre y la madrastra, que fueron quienes los dejaron en el Bosque sin vigilancia, por empezar. Una denuncia por maltrato infantil. Y tuve suerte de que no se les ocurriera acusarme de abuso sexual. O al menos eso dice mi abogado.
            El asunto es que entraron un rato antes del horario de apertura del restaurante y les serví a cada uno el menú del día, completo. No dejaron ni un resto para el perro. El chico hasta le pasó la lengua al plato de carne con salsa. Y eso que las porciones son grandes, porque mis clientes habituales son leñadores, guardabosques, ogros y hombres lobo. Gente que no se conforma con un plato de consomé de pollo, digamos. Pero los dos hermanos se comieron todo: entrada, plato principal y postre, sin quejarse. Se veían felices, y todo iba bien hasta que la niñita se descompuso (claro, con todo el chocolate que había comido) y vomitó. Enchastró todo el piso que yo acababa de encerar. Levantó la cabeza con el pelo pegoteado alrededor de la boca y miró a su hermano con ojos desorbitados:
            — ¡Hansel!— gritó—. ¡Esta bruja le puso algo a la comida! ¡Quiere que vomitemos hasta desmayarnos, así nos encierra para poder comernos más tarde!
            La imaginación infantil es de verdad algo muy potente. Yo no podía cerrar la boca del asombro ante tanta incoherencia junta, expresada casi sin respirar. Entonces la chica volvió a vomitar y mis esperanzas de limpiar antes de abrir el restaurante se desvanecieron. No había forma de fregar toda la porquería verde, marrón y naranja en veinte minutos.
La niña se limpió la boca con el dorso de la mano y, con esa misma mano, le quitó a su hermano el pedazo de torta de chocolate que todavía sostenía y lo tiró al piso (sí, cayó encima del vómito).
            —Pero Gretel…—intentó protestar el niño.
            — ¡Nada Hansel! ¡Nos vamos! —y diciendo esto, la criatura loca me empujó contra el horno empotrado en la pared. Los dos salieron corriendo del local, mientras me gritaban: «¡Bruja! ¡Bruja!», dejando un reguero de migas de torta de chocolate por el camino.
            Ahora yo tengo que enfrentar la demanda, el juicio y lo demás. Pero cuento con el mejor abogado del mundo: el conde Drácula, que es muy amigo mío. Viene todos los viernes a la noche, a disfrutar el Bloody Mary que preparo especialmente para él. 
***
Escritora: Gisela Lupiañez
Instagram @giselalupianez
Wattpad @CruzToledano
Correo: gisela.lupianez@gmail.com

Gisela nace en Mendoza, Argentina, durante algún invierno de finales de los años ´70. Escribe porque cree en la magia que desorienta al Tiempo y a la Oscuridad. Coordina el Taller Literario Juvenil “Rompecuentos” y el Taller Literario “Escribir Fantasía y Ciencia Ficción” de la Biblioteca Chacras de Coria. También dicta el Taller Literario on line “Empezar a narrar”. Sus relatos han sido publicados en las revistas digitales de fantasía y ciencia ficción La sirena varada, Teoría Omicrón, Tártarus y Rigor Mortis. Ha participado de varias antologías en papel de la Editorial Equinoxio, y en diversas convocatorias literarias de su provincia, Mendoza.
En 2019 autopublicó el libro de relatos En esta misma Tierra, en el que explora la dualidad fantasía–realidad en la que vivimos los habitantes del planeta azul.

lunes, 30 de marzo de 2020

La soberana

Recorrió su piel, con disgusto y hastío, trazando las líneas invisibles que él había dejado sobre su piel.

​La lluvia caía densa a su alrededor, en forma de lágrimas que surcaban y nacían desde cada poro de su piel. Deseaba tanto habitarse en otro cuerpo, expulsarse de su propia piel y hallarse en una nueva.

​Pero ese cuerpo ultrajado siempre había sido su casa, y tanto le había costado amarse que no podía permitir que unas manos que no fueran las suyas marcaran el rumbo de una piel que le pertenecía.
Se había salvado, se dijo piadosamente, como tantas otras que habían vivido lo mismo y habían logrado habitar sus propios cuerpos. Ella no podía ser la excepción, se lo debía a cada una de esas memorias.
La lluvia se detuvo, repentinamente, y todo se redujo a ese instante: a una convicción tambaleante que adquiría una nueva firmeza. La de quien se admite como soberana de su propio cuerpo.
***

Escritora: Melina Cueto.
Instagram: @melicueto 

Fecha de nacimiento: 28-10-1992
La Plata, Buenos Aires
“Escribo desde que tengo memoria, motivada por el primer poema que cayó en mis manos: La carencia de Pizarnik. A partir de eso, motivada, comencé a escribir frases, cuentos y, finalmente poesía.
​Publiqué dos libros: Tan humana que duele (Editorial Bären Haus) que trata sobre el abuso sexual que sufrí en el 2018, y Que Arda! (Gali Arte Editora), de poesía feminista. También participé en tres antologías con Inguz Editorial, Niña Pez Ediciones y Gali Arte Editora.
​Escribo porque puedo, porque la escritura me salvó y la poesía me dio alas”.

domingo, 29 de marzo de 2020


El reloj del destino

Bajo el mar, justo por la península balear, se encontraba el palacio hundido «Cristales rotos» donde vivía la princesa Rubí.
Rubí era una mujer muy bella, tenía una melena brillante, larga y roja, que le cambiaba de color dependiendo de su estado de ánimo. Su gusto era bastante excéntrico. Le encantaba vestir con joyas muy cargadas, grandes y piedras muy finas; casi siempre usaba vestidos blancos, unos más bellos que otros.
Provenía de una familia bastante amplia y unida. Los miembros lo componían los padres Cuarzo y Aguamarina. Eran maravillosas personas, y como padres eran un ejemplo para seguir en la sociedad. El único problema era que consentían y sobreprotegían mucho a la princesa. Luego, estaban los hermanos; la hermana mayor, Amatista, era una mujer preciosa y alegre. Tenía expresiones muy bonitas, la cara en forma de corazón, con facciones muy finas. Su melena era larga y morada, tenía el pelo liso y ondas en sus puntas y su mirada profunda, con ojos extremadamente violetas. Luego venía la hermana del medio, Esmeralda; tenía un cabello verde, ondulado y brillante, unos ojos de un color verde intenso, su rostro era fuerte, tenía la mirada curiosa, pero facciones serias y a veces arrogantes. Poseía unos bonitos brazos que incluían ramas alrededor. Esmeralda estaba diagnosticada del trastorno bipolar, cuando estaba de ánimos las ramillas en sus brazos eran verdes, pero cuando la tristeza, la rabia o la ansiedad se apoderaba de ella, su cabello y brazos comenzaban a marchitar y tendían a ponerse de color marrón, al igual que sus grandes ojos. Y, por último, estaba su hermano Zafiro, el hermano mayor; era un hombre determinado, decidido, independiente y dominante, tenía necesidad de controlar a sus hermanas, sobre todo a Rubí, que era la más sobreprotegida de sus padres, pero a pesar de ser duro de carácter atesoraba un enorme corazón que lo sabía esconder muy bien mientras fingía fortaleza.
Los reyes eran personas elegantes, muy finas, pero a la vez humildes, siempre decían: «La clase deja de ser clase cuando se es prepotente». Estaban abocados en el bienestar de su pueblo y sobre todo en la educación.

***
Escritora: Sarina Hayon.
Libro: La lupa y sus misterios
Instagram: @sarihayon
Instagram: @lalupaysusmisterios
Sarina Hayon es una venezolana que reside en España, quien prefiere no compartir su edad. A Sarina le encanta escribir como un medio para demostrarle al mundo que un disléxico si puede escribir por la tenacidad y creatividad. Estudió Educación Especial en Venezuela, lugar donde se graduó, sin embargo, se vio obligada a migrar a España por la crisis sociopolítica que se acrecentaba en su país de origen. Al no poder homologar su título, decide comenzar a escribir, entre otras tantas cosas, colocando todos sus conocimientos en un libro de Psicofantasia, así es como da vida al libro La lupa y sus misterios.


sábado, 28 de marzo de 2020


MADRE TIERRA

Mientras escribo estas líneas, no ha parado de llover. En realidad, llueve desde las tres de la madrugada con tanta intensidad que al final supongo que anuncia buenos augurios. Y lo creo, creo en eso de que el agua purifica, bendice; que renueva y que trae otros vientos.
            Y entonces, me incita a pensar que, a lo mejor, esta lluvia intermitente es otra señal. Aquella que insiste en que debemos quedarnos adentro, y no me refiero a suspender encuentros o actividades planeadas al aire libre por si acaso cae alguna que otra gota. Va más allá, es mucho más grande, y todavía mucho más comprometedor que no salir porque hay tormenta.
            Y el agua que corre me transmite esperanza para quienes aún se resisten a que el mundo está por cambiar o, que ya cambió. O que lo que está por venir será el comienzo de una nueva era. Quedarse en casa es una responsabilidad individual y una acción colectiva -pese a que a lo largo de la historia todas las luchas, se batallaron y se hicieron eco en las calles- y aislarse mutó a ser el mayor acto de empatía que nos obligó a refugiarnos entre cuatro paredes para pensar en el otro, para cuidar al otro.
            Para muchos, me incluyo, empatizar -es decir, ponerse en lugar del otro- resulta bastante familiar. Nada por lo que no hayamos peleado antes. Para algunos pocos, la empatía no significaba un lenguaje en absoluto y ahora se coló casi como una nueva práctica frecuente en nuestra vida cotidiana. Por suerte, es una minoría la que se debe acostumbrar; aunque me desvela que la individualidad continúe siendo la madre de todas las perdiciones, sencillamente porque en estos nuevos tiempos nos hundimos o nos salvamos todos.
Ahora bien, como dice el dicho, “no hay mal que por bien no venga”. En Argentina entramos en el sexto día de cuarentena obligatoria, restan unos seis días más, y casi ya es una probabilidad que se extienda la medida para no permitirle el paso a un virus que vino a desarmarnos por completo.
Para una persona que por muchos años convivió entre el ahogo y la ansiedad, estar en casa, cobró otro sentido. Primero encontrarme conmigo misma, segundo enfrentar el temor de poder estar conmigo misma. Tercero, atravesar el proceso y cuarto, comprender que al miedo se le pone el pecho y, también, se lo escucha, se lo abraza. Se lo pone en palabras y en voz alta.
Y cuando se pone en voz alta, se despierta de otra manera, porque ya no se te iluminan los mismos ojos, porque la historia ya es otra, porque lograste ver lo que hace tiempo no veías, aunque se manifestara casi siempre en tus narices.
            Observo, y me acerco, porque veo tantas mariposas volando que invaden mi jardín, como pájaros que trinan una melodía que jamás habían detenido las manecillas de mi reloj. Y veo cómo florecen las flores y brotan con tanta fuerza, a pesar de estar entrando en la estación donde las hojas caen. Y me gusta que por las rendijas de las ventanas caminen las chinches, con sus tonos verdes, anaranjados y marrones; y me encanta que Néstor, mi amigo canino, juegue con las langostas mientras saltan por los rincones de la casa.
            Pregúntense: ¿cuánto hace que no ven a las mariposas ser tan libres? ¿A los insectos paseándose plácidamente? ¿A los pájaros con sus pichones cantar? ¿A las mascotas tan tranquilas? ¿Cuánto hace que no respiran el aire más puro y que el silencio de las calles se llevó todo el ruido?
Pareciera ser que nuestra Tierra, hogar de todos los hogares, demostró su último grito de dolor. Una última advertencia, pero no se confundan, el mundo no nos enjauló, solo nos puso un candado para resolver, de una vez por todas, cuál es nuestro rol como humanidad.
           


Biografía: Karen M. Zárate nació el 12 de diciembre de 1990, en Chacabuco, provincia de Buenos Aires, Argentina. Es licenciada en Comunicación Social, graduada de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la Universidad Nacional de La Plata. Desde los dieciocho años hasta la fecha se desempeña en redacción, producción y labor periodística. Autora de la trilogía Eterna Clara (2018; 2019) y del poemario ilustrado La complicidad de los cuerpos (2019). Comparte sus escritos y recitados en Instagram: @karenm.zarate
También pueden encontrarla en @quenosjuntelapoesia y @suplementof9