NI UN RESTO PARA EL PERRO
El
niño comía sin pausa y su hermana también. Se atracaban con el turrón alemán,
el merengue y el caramelo transparente. Comían como si hiciera milenios que no
probaran bocado. Se apuraban a ganarse uno al otro cada pedazo de chocolate,
cada porción de mazapán. Parecía una carrera: ¿cuál de los dos se llenaría el
estómago más rápido?
A pesar de que me habían arruinado
bastante el frente del local, los invité a pasar. Ahí fue cuando todo se
descontroló. Jamás debería haber caído en la tentación de hacerlos entrar
cuando no había clientes que pudieran servirme de testigos. Ahora resulta que
tengo que enfrentar una demanda del padre y la madrastra, que fueron quienes
los dejaron en el Bosque sin vigilancia, por empezar. Una denuncia por maltrato
infantil. Y tuve suerte de que no se les ocurriera acusarme de abuso sexual. O
al menos eso dice mi abogado.
El asunto es que entraron un rato
antes del horario de apertura del restaurante y les serví a cada uno el menú
del día, completo. No dejaron ni un resto para el perro. El chico hasta le pasó
la lengua al plato de carne con salsa. Y eso que las porciones son grandes,
porque mis clientes habituales son leñadores, guardabosques, ogros y hombres
lobo. Gente que no se conforma con un plato de consomé de pollo, digamos. Pero
los dos hermanos se comieron todo: entrada, plato principal y postre, sin
quejarse. Se veían felices, y todo iba bien hasta que la niñita se descompuso
(claro, con todo el chocolate que había comido) y vomitó. Enchastró todo el piso
que yo acababa de encerar. Levantó la cabeza con el pelo pegoteado alrededor de
la boca y miró a su hermano con ojos desorbitados:
— ¡Hansel!— gritó—. ¡Esta bruja le
puso algo a la comida! ¡Quiere que vomitemos hasta desmayarnos, así nos encierra
para poder comernos más tarde!
La imaginación infantil es de verdad
algo muy potente. Yo no podía cerrar la boca del asombro ante tanta
incoherencia junta, expresada casi sin respirar. Entonces la chica volvió a
vomitar y mis esperanzas de limpiar antes de abrir el restaurante se
desvanecieron. No había forma de fregar toda la porquería verde, marrón y
naranja en veinte minutos.
La
niña se limpió la boca con el dorso de la mano y, con esa misma mano, le quitó
a su hermano el pedazo de torta de chocolate que todavía sostenía y lo tiró al
piso (sí, cayó encima del vómito).
—Pero Gretel…—intentó protestar el
niño.
— ¡Nada Hansel! ¡Nos vamos! —y
diciendo esto, la criatura loca me empujó contra el horno empotrado en la pared.
Los dos salieron corriendo del local, mientras me gritaban: «¡Bruja! ¡Bruja!»,
dejando un reguero de migas de torta de chocolate por el camino.
Ahora yo tengo que enfrentar la
demanda, el juicio y lo demás. Pero cuento con el mejor abogado del mundo: el
conde Drácula, que es muy amigo mío. Viene todos los viernes a la noche, a disfrutar
el Bloody Mary que preparo especialmente para él.
***
Escritora: Gisela Lupiañez
Instagram @giselalupianez
Wattpad @CruzToledano
Correo: gisela.lupianez@gmail.com
Gisela nace en
Mendoza, Argentina, durante algún invierno de finales de los años ´70. Escribe
porque cree en la magia que desorienta al Tiempo y a la Oscuridad. Coordina el
Taller Literario Juvenil “Rompecuentos” y el Taller Literario “Escribir
Fantasía y Ciencia Ficción” de la Biblioteca Chacras de Coria. También dicta el
Taller Literario on line “Empezar a narrar”. Sus relatos han sido publicados en
las revistas digitales de fantasía y ciencia ficción La sirena varada, Teoría Omicrón, Tártarus y Rigor Mortis. Ha
participado de varias antologías en papel de la Editorial Equinoxio, y en
diversas convocatorias literarias de su provincia, Mendoza.
En
2019 autopublicó el libro de relatos En
esta misma Tierra, en el que explora la dualidad fantasía–realidad en la
que vivimos los habitantes del planeta azul.